Blog de robótica e inteligencia artificial

6/12/2020

Tres cosas duras: el acero, el diamante, y el ego de cada uno

Quizás ahora ya nos pille un poco tarde, en plena Fase 2 o 3 de desconfinamiento en España. ¿Pero cuántas veces cuando empezamos a salir de casa tras la pandemia del coronavirus a hacer esas cosas tan corrientes y poco apreciadas como un paseo, tomar un café o conducir un coche, no dijimos..?

- ¡Qué vergüenza, qué desastre! ¡La gente hace lo que le da la gana!

- En una semana, con lo llenas que están las terrazas, vuelven a encerrarnos.


Un artículo con un título muy acertado revelaba esa realidad: 'Todos son idiotas, menos tú', donde se pueden leer afirmaciones palmarias como 'nos creemos firmes cumplidores de las normas del confinamiento a la vez que señalamos con el dedo a los demás por no hacer lo mismo', o 'el 94,2% se autoconcede una nota positiva en la gestión personal de su cuarentena'. 

El ego bien alto, que en esta crisis humanitaria y social nunca viene mal. Pero bueno, no estoy en este blog para hablar de nuestra actitud en la cuarentena, sino para recoger un interesante metaestudio de un tema similar: Do People Have Insight Into Their Abilities? A Metasynthesis.




En este interesante documento, de 2014, se recogen las evidencias científicas sobre esa actitud tan humana de considerarnos mejor que la media. Ya lo decía Benjamin Franklin, 'hay 3 cosas extremadamente duras: el acero, el diamante, y el ego de cada uno'.

Básicamente, el metaestudio viene a decir que tendemos a considerar que nuestras habilidades no son de experto, pero al mismo tiempo, infravaloramos las de los demás. Y esto puede que tenga algún tipo de ventaja evolutiva, ya que también indica que la gente con esa ilusión de superioridad tiende a ser más feliz y a rodearse de más amigos.

En su momento, fueron muy famosas las encuestas a conductores. Por ejemplo, los estadounidenses se consideran excelentes conductores, muy por encima de la media. Los porcentajes varían según el año en que se haga la encuesta, pero no es raro que más del 70% de los encuestados asevere que conduce mucho mejor que la media (ejemplo 1, y ejemplo 2). ¡Los españoles, en una encuesta reciente, el 95% asegura que conduce mejor que la media! Esto lleva ocurriendo desde 1980, que yo haya visto por lo menos, y ocurre en todos los países, no solo en esos dos mencionados. Está convenientemente recogido con evidencias científicas en el artículo I am better driver than you think. Y no solo en conducción, sino en cualquier otra habilidad que nos imaginemos. Por ejemplo, en lo que a mí me respecta, el 90% de profesores se considera que lo hace mejor que el resto.

Por lo tanto, menos ver la paja en el ojo ajeno, y más humildad, aunque estemos sesgados para lo contrario.

Comparte:

5/09/2020

A vueltas con el confinamiento y las vidas digitales

Me ha sido inevitable pensar las consecuencias, sensaciones, pensamientos e incluso cambios de opiniones que puede haber sufrido la sociedad durante el confinamiento que aún estamos viviendo, pero poco a poco va aflojando. Particularmente, le doy vueltas a cómo intenta la gente sobrellevar la soledad, el manejo de los nervios, el aburrimiento, el contacto con el exterior. Es de perogrullo afirmar que cada situación es distinta una de otra, y no es lo mismo vivir acompañado, solo, en un piso grande, con gente a cargo, o con la gente a cargo de ti.

No me gusta nada y no le veo sentido a hablar de que saldremos mejores personas, que esto cambiará totalmente nuestros hábitos, o que en el fin de la cuarentena se dispararán los divorcios. El futuro, aunque pueda estar condicionado por fuerzas poderosas, está por escribir.

En mi caso, echo la vista atrás, y veo que no comencé la cuarentena tal y como la voy a acabar. Si bien al principio me dediqué a desgastar los mandos de una videoconsola y a ver una serie de televisión compulsivamente, ese sentimiento del principio, donde aún pensábamos que quizás saldríamos para el 30 de marzo en España, quizás dio paso a estrategias que para mi gusto eran de más largo plazo. Y me dediqué a tener una cierta disciplina de horarios, una buena carga de trabajo, muchas lecturas, conversaciones de teléfono y cierto ejercicio físico. No descubro nada, y si tenéis alguna duda, grandes profesionales como @CorioPsi han publicado recomendaciones mucho mejores que las mías estos días.

Fuente

En estos temas estaba pensando, cuando me he encontrado la no-sorprendente noticia de que Whatsapp dispara su uso durante la cuarentena, o que la aplicación de citas, Tinder, ha batido el record de 'deslizamientos'. Y no puedo dejar de pensar en las necesarias dosis de dopamina en base a notificaciones de móvil que habrá tenido que recibir mucha gente estas semanas. Notificaciones para sentir que hay alguien al otro lado, para sentir una novedad en su existencia, y para interpretar que la vida avanza en forma de contar el número de notificaciones recibidas. Un círculo totalmente vicioso, ya que a mayor gusto por las notificaciones y esas campanillas digitales, cada vez nos sentimos con más ansiedad, dependientes y dormimos peor.





Parece que la generación de dopamina se haya convertido en el objetivo de la vida y un objeto de culto sorprendentemente muy tatuado por el mundo. Algo que se puede conseguir instalando ciertas apps, o entrando en distintos círculos de amistades online, que pueden crear el suficiente número de ruiditos y lucecitas como para que sientas que la vida no para durante la cuarentena. Hace ya unos años que Sean Parker, uno de los fundadores de Facebook, anunció en una conferencia que Facebook es un imperio que busca distraerte y darte chutes de esta molécula. Objetivo que a otros altos directivos les hacía sentir profundamente culpables del daño causado en la población, cuyo juego entre excitación, fotos, ruidos y móviles se explica magníficamente en este reportaje.


¿Cómo creéis que hubiera sido el confinamiento 15 años antes? Por mucho que haya quien bendiga y ensalce a la tecnología actual, estoy seguro que hace 15 años hubiéramos pasado el confinamiento diferente, pero no por ello peor. Me imagino a la familia reunida en torno a la televisión mucho más, haciendo juegos de mesa, usando mucho más el teléfono fijo que ahora, probablemente llamando a menos gente, y comprando asiduamente la prensa.

Estos días, muchas personas comentan que Internet y los dispositivos móviles les están 'salvando la vida'. No creo que llegue a tanto, ya que la vida la salvan otro tipo de personas, pero estoy seguro que la tecnología actual ha permitido desarrollar mucho más teletrabajo, realizar gestiones telemáticamente y estar informado sin necesidad de comprar el periódico. Quizás me equivoque. Pero sigue siendo la creación y reconstrucción de una nueva vida, monotonía y objetivos, tal y como rezaba Zygmunt Bauman en el Arte de la Vida.
Comparte:

4/28/2020

John Snow y el mapa que cambió el mundo

Corría el siglo XIX en Inglaterra y estamos en plena Revolución Industrial. Millones de personas huyen del campo a las ciudades, ya que las élites de entonces habían desprovisto de las tierras comunales a las familias de campesinos que vivían y se alimentaban de ellas. Ante la única posibilidad de contar con su fuerza de trabajo, los obreros y las familias vacían la Inglaterra rural de entonces hacia las urbes, de una manera totalmente descontrolada y desesperada, donde las condiciones de higiene e infraestructura pública sanitaria brillaban por su ausencia. En las grandes ciudades, como Londres, se urbaniza y construye lo justo para alojar hacinados a estos trabajadores.

En medio de semejante caldo de cultivo, cualquiera de nosotros podría imaginar que esos entornos eran un lugar propio para enfermedades e infecciones. Pero a mediados del siglo XIX, no conocían lo mismo que conocemos ahora por pura sabiduría popular. Concretamente, el coronavirus de la época se llamaba cólera, y fue lo que más vidas se llevó en el siglo que nos ocupa.

La teoría asumida por la población y las autoridades sanitarias para el contagio por cólera, era la del aire impuro o miasma. No se conocía apenas nada de gérmenes y Louis Pasteur aún no había enunciado su teoría. Para qué engañarnos, la gente conocía muy poco sobre aquella enfermedad. Y John Snow también la desconocía… pero él era consciente de ello. Así que se propuso investigar el origen del cólera desde un punto estricto de la ciencia, planteando hipótesis y realizando experimentos. ¿Era posible comprobar la teoría miasmática?

Durante una de las oleadas más peligrosas de esta enfermedad, la de 1854, se produjo un brote concreto en el barrio del Soho. En el espacio de tres días murieron 127 personas. Snow acudió de inmediato y se dedicó a recabar información con la ayuda de un sacerdote anglicano encargado de una parroquia en ese mismo barrio, Henry Whitehead.

La casi totalidad de las muertes de los primeros tres días se produjó en una misma calle, Broad Street, lo cual era muy sospechoso de creer en la validez de la teoría miasmática. Pero la clave de la cuestión fue el mapa que realizó Snow, marcando la localización de la gente infectada, y que representa prácticamente uno de los primeros estudios epidemiológicos de la historia.



La gran proximidad de todos los infectados a la fuente pública de Broad Street, marcada en rojo, impulsó a Snow y Whitehead a pedir al ayuntamiento de Londres que la cerrarán inmediatamente. Y lo hicieron.

El mapa de la imagen ha pasado a la posteridad, y prácticamente se puede afirmar que John Snow descubrió este origen por un método bastante simple de clusterización, uno de los básicos hoy en día en inteligencia artificial. Pero John Snow fue más allá, y descubrió que la compañía de agua de la que le gente bebía, extraía agua del Támesis, el cual en aquella época no estaba más que lleno de aguas fecales provenientes de los hogares. La relación entre la mala calidad de agua y el origen del cólera se estaba esclareciendo.

Sin embargo, su teoría aún permaneció dormida cerca de 40 años más, y tras la ola de cólera, el ayuntamiento reabrió la fuente pública de esa calle.

Hubo que esperar hasta Pasteur, en 1864, para entender la relación entre gérmenes y fermentación, y sobre todo a Robert Koch, en 1876, quien demostró sin lugar a dudas a través de un experimento con el ganado, que un ser microscópico podía ser el responsable de una enfermedad.



Esta entrada se publicó originalmente en la Revista DYNA, la cual es una publicación científica en ingeniería 
Comparte:

4/05/2020

La ONU advierte de que la inteligencia artificial apenas sirve para combatir el coronavirus

Hace unos días, la ONU advirtió de que la mayoría de algoritmos de inteligencia artificial para combatir el coronavirus aún no sirven. Este organismo sí que reconoce unas tareas en las que herramientas como el machine learning pueden ser útiles. Por ejemplo: identificación de imagen médica, creación de medicamentos, o predicción de la expansión del virus. Pero aún estas soluciones no están maduras.

Por un lado, si no se disponen de buenos datos probados durante el suficiente tiempo, esta tecnología falla mucho. Por otro lado, la ONU también especifica que la mayoría de artículos científicos de esta disciplina que están publicándose estos días, no han sido revisados por pares, por lo que su eficacia hay que ponerla aún en entredicho. Al mismo tiempo, el informe en que recogió estas ideas orienta sobre la dirección de los esfuerzos para que la inteligencia artificial sí que sea útil en pandemias en el futuro. Recordemos la ley de Roy Amara:

“Tendemos a sobrestimar el efecto de una tecnología a corto plazo, y subestimarlo en el largo”.


¿La IA puede predecir una pandemia?

La inteligencia artificial inunda titulares y nos vende que puede hacernos vivir mejor y trabajar menos. Podríamos pensar que no ha tenido ninguna intervención en la actual pandemia global de coronavirus. ¿O sí?

El 31 de diciembre del año pasado, una startup canadiense llamada BlueDot, dedicada a la vigilancia automática de enfermedades, emitió un aviso a sus clientes para que evitasen la región de Wuhan, y vaticinó a qué ciudades podía extenderse de manera inminente el virus. La OMS no lanzó tal aviso hasta 9 días más tarde. Por lo tanto, la inteligencia artificial sí que tiene un papel en la predicción de pandemias. Aunque depende de a qué llamemos “predecir”.

BlueDot destina sus esfuerzos a la monitorización de fuentes de información, tales como noticias locales, mensajes de autoridades sanitares locales y reservas de vuelo para los próximos días. Tras contar con toda esa información, su algoritmo mide el peligro y lanza un aviso en función de ello. Esta inteligencia artificial no serviría de nada si no existieran humanos escribiendo esa información.

BlueDot no estaba solo. La aplicación HealthMap del Boston Children Hospital, y el algoritmo de la empresa Metabiota, también captaron esos primeros signos de pandemia. Pero desde luego, ni el más avanzado sistema informático puede adivinar el escenario posterior. He aquí la paradoja tecnológica: investigamos en tecnologías predictoras, pero ¿quién dará el salto de fe y asumirá la responsabilidad de obedecer a una caja negra, sin observar frente a frente la amenaza? ¿Necesitamos evidencias de que el algoritmo funciona? BlueDot ya predijo correctamente la aparición del virus del Zika en un artículo en la revista The Lancet. Tal y como describe la obra El Comienzo del Infinito, los seres humanos funcionamos por impulsos.

La idea de predicción de enfermedades mediante ordenadores ya tiene unos años. El caso más famoso es el proyecto Google Flu Trends. Lanzado en 2008, esta herramienta intentaba predecir la expansión anual de la gripe en casi una treintena de países. Para ello, se basaba en las búsquedas realizadas en la web con términos como “fiebre” y “tos”.

Esta solución funcionó de una manera más o menos acertada durante unos tres años, hasta que se volvió casi una herramienta de risa. En la campaña 2011/12 sobrestimó en más de un 50 % el número de visitas al hospital, y en la siguiente, predijo más del doble. El fracaso de esta herramienta, silenciosamente ya enterrada por la empresa, se debió sobre todo a la opacidad de los criterios que Google usaba y a la alta sensibilidad del algoritmo al ruido de las búsquedas de momentos puntuales, que podían coincidir con los criterios de Google por pura casualidad. 

The Parable of Flu

Actualmente sí que se están empleando técnicas de inteligencia artificial para la predicción a corto plazo de la propagación del virus. También para otras actividades, como la identificación de sinergias y correlación de variables clínicas de pacientes, el diseño de fármacos, y el diagnóstico automático.

La idea de predecir las características de esta pandemia de inicio a fin, incluyendo la evolución de la enfermedad, es y será un imposible para cualquier ordenador. Esto es debido a que la trayectoria que toma la pandemia está sujeta a las decisiones, al momento en que se toman, climas, pirámide de población de cada país, entre otros muchos factores.

Al contrario que en la predicción de huracanes, donde se puede monitorizar perfectamente el tiempo y la presión atmosférica, en una pandemia no salta ninguna alarma cuando un virus pasa de un animal a un humano y aparece el paciente cero. Por ello, de cara a la predicción de pandemias, lo más eficaz es la creación de mapas geográficos de peligro y mejorar el intercambio de información entre instituciones. Tal y como ya ocurre desde 2018 en la predicción de focos de dengue.

“El mundo no está preparado para una pandemia severa de gripe o cualquier otro tipo de amenaza médica global”. Esta fue la conclusión del equipo científico que investigó la respuesta de la Organización Mundial de la Salud en la gripe H1N1 en 2009. Esta misma sensación se repitió en 2014 con el ébola. Los expertos siguen argumentando que la primera línea de defensa es una alerta temprana, y para ello, la solución puede que no nos guste, porque requerirían una mayor vigilancia de todo tipo de datos, y sobre todo, que las autoridades públicas entendiesen bien este tipo de herramientas.

¿Estamos dispuesto a ello? ¿A tener una recogida precisa de datos de pacientes? ¿A una correcta coordinación de todo tipo de instituciones? ¿A ceder esos datos a entidades, probablemente, con ánimo de lucro? Y sobre todo, ¿a entender y manejar la tecnología? Entonces quizás podamos alertar del siguiente virus antes de que se vuelva una pandemia.



Este artículo se publicó originalmente en The Conversation, sitio web que os recomiendo visitar
Comparte:

4/03/2020

Coronavirus: ¿dónde están los robots y las promesas?

Me parece increíble la situación que estamos viviendo. Y entiéndase bien. No me refiero a que el momento sea maravilloso, sino que los acontecimientos y medidas tomadas alrededor nuestro, quizás difícilmente sea repetibles durante nuestra existencia. Y todos aprenderemos algo de lo que estamos viviendo, y quizás salgamos de la crisis del coronavirus de manera distinta a como entramos.

En estos pensamientos se perdía mi mente, cuando caí en la cuenta de que no he escuchado ninguna noticia sobre alguna empresa que pueda continuar su actividad por tener la producción totalmente automatizada. ¿Dónde están las promesas de los robots que destruirían millones de puestos de trabajo, que nos abocarían a una vida más ociosa, a plantearnos una renta básica? En definitiva, tal y como titulaba la revista Wired hace unos días, ¿dónde están los robots que venían a salvarnos?

Si bien el entusiasmo por la robotización másiva de puestos de trabajo y automatización tuvo su apogeo en 2015, a día de hoy a mí ya se me estaba cayendo un poco la venda de los ojos. Robotizar puede que sea necesario, pero no es fácil. Y ahora que ha bajado la marea, se ve qué hay de verdad entre todas esas promesas y amenazas de una robotización masiva, realizadas hasta hace pocos meses. Waiting for the miracle, que cantaban.



Se dice que conoces de verdad a alguien en momentos de auténtica tensión, cuando el miedo nos impulsa a actuar como realmente somos. Y a cuenta de esta situación de pánico, se están viendo ciertas aplicaciones de inteligencia artificial, robots y otras, como realmente útiles, y otras que no lo son. Algunas de ellas son:

-  Drones empleados para vigilancia de la población y que cumplen la cuarentena.
-  Empleo de grandes -y bastante oscuras- plataformas tecnológicas para monitorizarnos aún más.
Diversas técnicas para geoposicionarnos de manera masiva, saber con quién nos cruzamos, etc. Y un posterior uso de inteligencia artificial para prevenir la expansión del virus.
Cámaras de videovigilancia para medir nuestra temperatura corporal.
-  El teletrabajo es perfectamente posible en multitud de trabajos, donde nunca se había planteado.

Supongo que en situaciones de emergencia se emplean las técnicas y herramientas que los gobiernos y las empresas mejor dominan, y la sensación es que todo esto no está dejando casi hueco para la esperanza sobre la bondad de la tecnología tras este bache. Y hace que siga calando la siguiente opinión sobre la IA entre muchos expertos: Es una tecnología, pero también puede ser una ideología.

Entre las empresas que sí que tengan una componente de robotización/automatización, será interesante comprobar en un futuro cómo les ha afectado esta crisis, y si han tenido mejor aguante que otras. Quizás el futuro sea aún más automático, pero no como nos prometían.

Cuídense y quédense en casa.


The greatest thing you’ll ever learn is to love and be loved in return



Comparte:

3/27/2020

Coronavirus y privacidad de datos: un estado de excepción

Ayer asistí a un seminario sobre Big Data y coronavirus organizado por la Comisión Europea. Y traigo noticias: la tendencia va a ser a reunir todos los datos posibles de los ciudadanos para ayudar a prever la extensión de este virus, entre otras tareas.

Para ello, los gobiernos del mundo se están valiendo de distintas técnicas de vigilancia masiva. La mayoría está optando por el seguimiento de los ciudadanos a través de sus teléfonos móviles, aunque en esto, como en todo, hay gente con más y menos estilo. Tal y como explican en Twitter, España está optando por un seguimiento mediante GPS de sus ciudadanos, mientras que otros países, como Singapur, se vale de la comunicación Bluetooth para rastrear los cruces entre ciudadanos y hacer una trazabilidad de los contactos entre personas.



En general, estos terminales no son la única herramienta, sino que tal y como explican en multitud de webs, se están desplegando drones, empleando cámaras de video-vigilancia, o rastrear los pagos con tarjeta de crédito, entre otras técnicas.

Aunque en los medios generalistas, no esté escuchando este tema de manera recurrente, el tema del seguimiento masivo sí que estuvo en el candelero en noviembre de 2019, cuando el Instituto de Estadística anunció que seguiría los movimientos de unos cuantos miles de ciudadanos por geoposicionamiento. A pesar de que os prometan que la técnica de seguimiento por GPS sea anonimizable, os invito a escuchar a @javisamo, un investigador que sabe de lo que se habla, en el podcast Post Apocalipsis Nau (a partir de 33.30).



Y es que tal y como ya dicen desde hace muchos años, ninguna base de datos es 100% anónima, sino que si se enfrentan dos datasets anónimas, muchas personas son fácilmente identificables. Como dato, en un estudio ya antiguo aseguraron que el 87% de los ciudadanos de EEUU son identificables por su sexo, código postal y año de nacimiento. Bueno, EEUU normalmente vigila los teléfonos móviles por defecto, pero eso es otra historia que queda para otro artículo.

Volviendo al asunto del coronavirus: ¿estamos obligados a revelar a las autoridades qué países hemos visitado en los últimos días? ¿Con quién hemos estado? ¿Tienen derecho a vigilar masivamente los teléfonos móviles? La respuesta legal es que sí.

Concretamente, se ha presentado la primera instancia para la eliminación de los derechos civiles por el interés de salud nacional. Concretamente, la instancia ha alterado el artículo 9 del código de Protección de Datos, el GDPR, y eso permite el procesamiento de datos como viajes, compañías personales, etc.

No he encontrado ningún artículo aún que pruebe el impacto positivo de estas técnicas de vigilancia masiva en la contención de la epidemia, pero habría que darle una vuelta.

Personalmente, en todo esto tema creo que estamos entre la espada y la pared. Ahora hay más tecnología que en otras pandemias previas, por lo que parece que si no usamos los datos públicos a nuestro alcance, estamos combatiendo al virus con técnicas desfasadas. No solo se trata de aprovecharnos de las mejoras sanitarias.

Sin embargo, dentro de esa propuesta, creo que hay quien puede aprovechar para hacer las cosas como hay que hacer, pero otra gente que no. ¿Qué pensáis?
Comparte:

3/16/2020

¿Puede un avión despegar de una cinta transportadora?

En estos días de coronavirus, una pregunta de estas que causan caras de incomprensión y asombro. ¿Puede un avión despegar de una cinta transportadora?




No hace falta elucubrar nada. Ya se probó en el programa Los Cazadores de Mitos:



¡Enhorabuena a los que acertasteis en la predicción! Ahora bien, ¿por qué vuela? O dicho de otra manera: ¿por qué hay gente que se imagina que no lo hará? El propósito de este post no es hacer un artículo técnico, pero voy a centrarme en desmontar las teorías de que el avión no volará.

Lo más normal será que los escépticos digan

'¿y si la cinta transportadora y el avión fuesen a la misma velocidad, y el avión no se moviese respecto a un punto fijo?'.

La respuesta es que 'da igual'. En este experimento, no tenemos que pensar en el avión como si fuera un coche. Lo importante no son las ruedas, sino las alas. Concretamente, la variable esencial es la velocidad relativa entre las alas y el viento. Si hablamos de volar, solamente eso importa.

En el caso de un avión de hélices, como el del vídeo, el rotor del avión induce una corriente de aire sobre las alas, y en cuanto esta corriente cree una velocidad relativa que le permita al avión despegar, lo hará.

Pongamos algunos números: si el avión tiene una velocidad de despegue de 80km/h, y no hay viento, en cuanto el aparato alcance mediante el rotor esa velocidad, despegará.

Ahora supongamos que tenemos 40km/h de viento en cara y esas mismas condiciones de despegue. Cuando el avión alcance otros 40km/h, respecto al suelo estará a 0 km/h, pero sin embargo, la velocidad relativa ya habrá alcanzado los 80km/h, y por lo tanto despegará en la mitad de tiempo.

Y exactamente esto, ocurre en el aire también, tal y como se puede ver en el siguiente vídeo.



En ese pequeño vídeo, la velocidad en el aire es de 45nudos/hora, y la del avión también. Por lo tanto, respecto al viento el avión se mueve hacia adelante. Sin embargo, respecto a tierra está parado. Sorprendente, ¿no?

Pues si queréis sorprenderos, no os perdáis el siguiente vídeo. Un avión está parado, fuera del hangar, empieza a soplar viento y...






Muchas gracias a @JoseM_SGP y @karlos346 por su colaboración en este artículo, y el largo hilo que se creó en Twitter con ello.
Comparte:

Sígueme en redes:

descripción descripción descripción

En mi mesilla

Blog Archive